miércoles, 26 de octubre de 2011

Día 1. Marrakech

Encantador de serpientes. Djemaa El-Fna. Marrakech

Llegamos a Marrakech cuando los relojes marroquíes marcan las 7:20 de la madrugada. Es curioso, hemos salido de Madrid a las 7:30. Las pocas horas de sueño ya nos pesan bajo el sol abrasador que despierta a la ciudad vestida de rosa.

Tras salir del aeropuerto dudamos entre coger un taxi o ir a la ciudad en autobús. Rechazamos varias propuestas de lo primero y nos montamos en lo segundo. Seguimos nuestro recorrido en un mapa que nos ha entregado el conductor y nos bajamos en la parada donde creermos que se encuentra, la que nos definen como, la gran plaza. No nos equivocamos, atravesamos la Place de Foucauld, y su parque con olor a caballo, y nos da bienvenida la impresionante Djemaa el-Fna. Tampoco se equivocaban quienes nos la calificaron de gran, a pesar de que a estas horas de la mañana sólo unos pocos puestos de zumos la den color. Aún así se presenta con importancia, por ella ya circulan taxis, motos, bicicletas y calesas, al compás que aguadores, encantadores de serpientes y comerciantes variopintos empiezan a atravesarla y asentarse en ella ofreciendo al viandante y al viajero sus productos y servicios, aunque bien vale un dirham por una foto pintoresca.

Como nos han recomendado, queremos ver su vida a lo largo del día, los cambios que en ella se producen a medida que el sol hace pasar las horas desplazándose en el cielo que la cubre.

Puestos de zumo a primera hora en Djemaa el-Fna. Marrakech

Tras encontrar nuestro riad volvemos a la gran plaza y, ahora, empezamos a comprender por qué la Unesco en 2001 la declaró Patrimonio oral e inmaterial de la humanidad. A los encantadores de serpientes se suman decenas de mujeres que se ofrecen para pintar con henna las manos de otras féminas. Dentistas, cuentacuentos, músicos, pitonisas y vendedores de tabaco delimitan sus puestos de venta con un cartón y, si acaso, con un paraguas que hace las veces de parasol. Pero también están los aguadores, con sus característicos sombreros y trajes rojos, anunciando su presencia a golpe de campanilla y cuenco de latón.

Buscando la sombra nos dirigimos a los jardines de la mezquita Koutoubia, cuyo minarete es la base arquitectónica de la Giralda de Sevilla. Sus 70 metros de altura imponen, a pesar de estar acostumbrados a admirar torres de catedrales. Intento imaginármela cubierta de rosa, color de la ciudad y el que era su tono original. No puedo, estoy hipnotizada.

Minarete de la Koutoubia. Marrakech

Un vendedor ambulante que trae bollos recién hechos se nos acerca y nos camela. Su picaresca nos gana y acabamos comprando unos dulces rellenos de chocolate, pero sin chocolate y sin que nos apetezca.

No es aún mediodía pero el cansancio, el sueño, el cambio de hora y el seco calor pesan en nuestras espaldas, a lo que se suma la carga de las mochilas, que no hemos podido dejar en el riad porque nuestra habitación aún no estaba lista. Decidimos, ahora que ya pueden darnos las llaves, dirigirnos al alojamiento y darnos una tregua en forma de siesta y, así, coger fuerzas. De repente suena la puerta, la chica de la limpieza se ha dejado dentro de la habitación una plancha y la necesita. Apurada y nerviosa intenta explicármelo, pero mi francés no es tan bueno como para entender su aprieto. La invito a pasar y, ruborizada, coge la plancha. Mientras sale le sobran las muestras de agradecimiento. ¿Quizá este descuido pueda salirle caro? No lo sé. Me dio pena, me sentí mal.

Detalle puerta habitación Riad Julia. Marrakech

Ya levantados el zoco nos espera. Un laberinto de estrechas calles, pequeñas y coloridas tiendas, miles de artículos e infinidad de olores. Dicen que hay que adentrarse en él sabiendo que vas a perderte, no hay que preocuparse, sólo tener paciencia para rechazar ofertas, disfrutar del ambiente, ser amable al decir no y pedir ayuda cuando se quiera salir, ¡a cambio de una propina, claro! Admirando cada rincón, sorprendidos por la cantidad de tiendas iguales que hay y admirando la riqueza artesanal, nos adentramos en calles, callejas y callejones. En el juego de este laberinto hemos tenido la suerte del principiante y solos, y sin saberlo, hemos aparecido en Djemma El-Fna. Quizá nos haya atraído su imán.

De nuevo la plaza ha cambiado. Con el naranja del atardecer han florecido los puestos de comida y de algunas frutas frescas, como piña y coco. Músicos y narradores arremolinan a su alrededor círculos de espectadores, en su mayoría autóctonos, que admiran la escena como si fuera la primera vez.

Atardecer en Djemaa El-Fna y la Koutoubia. Marrakech

Asombrosa la mezcla, el humo de los puestos de comida, el ir y venir de miles de curiosos, el lejano ruido de los coches y motocicletas que atraviesan la plaza por sus laterales. El minarete reina a lo lejos, vigilante, testigo del trasiego. Las pequeñas bombillas dan luz al gran espectáculo de la plaza. Y nos preguntamos, ¿mañana será igual?

¡Impresionante!

Fotos: Marrakech octubre 2011. M. San Felipe