lunes, 3 de diciembre de 2012

Dejé de fumar y empecé a correr


Dejé de fumar y empecé a correr. Era enero, me enfundé unas mallas, me puse unas deportivas viejas, me hice una coleta y salí por la puerta de casa dispuesta a calmar mi falta de nicotina a base de zancadas. Helaba y mi frío aliento rompía la negrura de la noche. Me costó llegar al cartel que señala la entrada al pueblo, me acuerdo de ese momento cada vez que paso por él.

Lo que empezó siendo una manera de apaciguar la ansiedad pronto se convirtió en una necesidad para mi cuerpo y mi mente. Enfundarme una mallas, atarme las deportivas y hacerme la coleta significa el preámbulo a una libertad que sólo siento cuando la brisa roza mi cara y mis piernas dan pasos más largos y rápidos de lo normal.

Poco a poco el asfalto y las aceras han dejado paso a los caminos de tierra y piedras, en donde mis deportivas y mis fuerzas se sienten más cómodas. Subo cuestas, atravieso prados, me cruzo con paseantes, huelo el campo y también el humo de los tubos de escape. Paso calor cuando hace frío, observo el horizonte como una meta y lejos cada vez es más cerca. El cansancio se hace gratificante y el esfuerzo fortalece.

Hace casi dos años dejé de fumar y empecé a correr. Qué cambio a mejor. Y no, no me aburre, ¡me gusta!

Foto: AllPosters