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Inmediaciones de la estación de autobuses, Marrakech |
Los madrugones son menos madrugones con el desayuno que nos preparan en el
riad. Con las mochilas a la espalda empezamos nuestro día de visita a
Essaouira.
Curioso lugar la estación de autobuses de Marrakech. La treintena de ventanillas que hay en ella están vacías y aparentemente cerradas, pero no porque estén abandonadas, sino porque sus responsables esperan a los viajeros en los pasillos o en las inmediaciones del edificio. Como a los turistas pronto se nos reconoce, en seguida se nos acercan para preguntar nuestro destino, guiarnos para encontrar al vendedor correspondiente o llevarnos hasta el andén si ya tenemos el billete comprado.
Ante la recomendación de llegar con al menos quince minutos de antelación, hemos sido precavidos y nos toca esperar sentados en el autobús casi media hora; parece ser que aquí se estila bastante el
overbooking. La espera merece la pena. No somos los primeros en llegar y, como es de esperar, tampoco los últimos. Lo curioso es que al autobús no sólo entran viajeros también suben vendedores ambulantes que, ¡venden de todo! Caramelos de menta, chocolatinas o, lo que deducimos que son, coranes de bolsillo. Los comerciantes entran por la puerta delantera, sueltan un discurso, desfilan por el pasillo enseñando su producto para salir por la puerta de detrás cuando terminan su comercial paseo. Incluso, una vez arrancado el autobús, el conductor tiene el detalle de ir a ralentí para que los vendedores puedan subir y bajarse del vehículo sin peligro, incluso más allá de la estación, lo que también sirve para que los viajeros tardíos cojan la ruta.
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Plantación de argán carretera Marrakeck-Essaouira |
Los casi
190 kilómetros que separan Marrakech de la
Ciudad del viento se convierten en unas tres horas de viaje que acaban convirtiéndose en pesadas. Al menos pudimos ver plantaciones de
argán y alguna que otra
cabra disfrutando de su manjar.
Llegar a Essaouira desde Marrakech es cambiar el tono rosado por el el azul y el blanco. Es hinundarte de sabor a mar. Pronto se entiende por qué se la llama la
Ciudad del viento, sus huellas están marcadas en las paredes de los edificios, dejando a su paso un blanco desconchado. El azul de las puertas y ventanas parece una llamada al remanso sobre el blanco roto de las fachadas.
Llegamos a la
medina, declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en 2001. Sus calles principales son más anchas y la temperatura es más agradable que en Marrakech, aunque sus tiendas poco se diferencian de las vistas hasta el momento el olor y el ambiente que en ella se respira es diferente, es marinero.
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Avenida Oqba ben Nafii, Essaouira |
Como llevados por la brisa salimos de las murallas que la salvaguardan y llegamos al puerto. Decenas de barcas amarradas nos cuentan sin palabras que el pescado ya ha llegado, que nos acercamos a la subasta. Las gaviotas y sus graznidos también son testigos. Casetas vestidas de los mismos colores que la ciudad y puestos ambulantes venden, frescos o asados, los frutos que el Atlántico ha dejado que prendieran las redes de los pescadores.
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Barcas amarradas en el puerto de Essaouira |
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Casetas de venta de pescado en el puerto de Essaouira |
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Venta ambulante de pescado en el puerto de Essaouira |
Una enorme playa nos llama a la izquierda. Turistas y lugareños nos cruzamos por el paseo marítimo, el aire y la temperatura no invitan ni a que las olas mojen nuestros pies. Una modelo y su equipo intentan que el viento les deje sacar adelante la sesión de fotos que han venido hacer. Sí, en Marruecos también hay modelos, ¿o quizá sea extranjera? El contraste entre la tradición y la vanguardia, o simplemente lo moderno u occidental, no deja de sorprendernos.
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Sesión de fotos en la playa con el puerto de fondo, Essaouira |
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Mujer contemplando el mar en la Skala du Port, Essaouira |
Volvemos a la medina y en la Skala de la Ville, donde la muralla está construida sobre acantilados, disfrutamos de las vistas del mar y la ciudad para después adentrarnos en unas sombrías, estrechas y, sorprendentemente, vacías calles. Una rara sensación se apodera de nosotros al vernos y sentirnos solos después de estar continuamente rodeados de gente; pero pronto llegamos a las bulliciosas calles y descubrimos entre tiendas de especias y cerámica una especie de mercado al aire libre en donde sólo se vende pescado. El trajín de la vida cotidiana se mezcla con la sopresa del visitante que observa los quehaceres rutinarios desde los soportales que rodean a esta peculiar pescadería.
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Plaza del pescado, medina de Essaouira |
Volvemos a las calles principales y los comerciantes llaman tu atención para que entres en su tienda, que es exactamente igual que la anterior, que es exactamente igual que la siguiente. En todos estos días no hemos sucumbido a dejarnos llevar por el interior de estos bazares ni la persuasión de sus vendedores y es ahora cuando decidimos adentrarnos en uno. Sentados al fondo de la pequeña y estrecha tienda pasamos un rato agradable que termina con la compra de algunos objetos de, supuesta, plata y salimos a la calle con esa sensación de no saber si lo que nos llevamos es lo que creemos haber comprado.
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Ancianos hablando en la Avenida de l'Istiqlal, Essaouira |
Comemos tarde mientras mientras agotamos nuestras últimos momentos paseando por las calles Essaouira
. Ahora sus paredes blancas empiezan a tornarse anaranjadas con la caída del sol y va llegando la hora de volver a la estación. Dejamos atrás el viento, las gaviotas, el pescado y el olor a mar; el autobús nos lleva ya de vuelta a la ciudad rosada, a Marrakech.
Fotos: Marrakech y Essaouira octubre 2011.
M. San Felipe
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