jueves, 12 de noviembre de 2009

Antojos gastronómicos momentáneos

Soy una persona a la que le gusta comer, disfruta comiendo y que le gusta casi todo. No sé si esto tiene relación con mis antojos gastronómicos momentáneos y a deshoras, creo que no, aunque sí creo que la variedad de éstos se deben a mi buen paladar. El caso es que, como bien saben Blanca e Irene (me da a mí que hasta lo sufren), a ciertas horas me apetecen cosas que no vienen a cuento.

Los primeros antojos gastronómicos a deshoras que recuerdo me apetecieron en la universidad. Imagino que en una de esas clases interesantísimas en las que, sin tener hambre, me acordaba de comida. El aburrimiento, supongo... En un principio, estos antojos se centraban en un único plato: guisantes con jamón. Creo que se debía a que era de mis comidas preferidas en la cafetería.

Con el tiempo, mis antojos empezaron a ser más variados. Nunca más mis apetencias volvieron a ser un plato como tal, sino que se marcaban objetivos mucho más concretos, como por ejemplo que de buena mañana mi cerebro me pidiese pan pringado en tocino del cocido... ¿Te suena, Blanca?

Pero mis antojos gastronómicos momentáneos van por épocas. A veces, me dan mucho, y otras, pasan meses de uno a otro. En una de las épocas antojicas, Blanca decidió apuntar mis apetencias. Creo que simplemente por lo curioso del caso: sandwich de chopped a las 10 de la mañana, queso de Burgos a las 12 del mediodía, leche condensada a las 4 de la tarde o un trozo de bacon frito a una hora que no es hora. Quizá ella pueda poner algún ejemplo real, datada y todo.

No sé a qué se debe ésto, ni si tiene un significado. A lo mejor es una broma de mi subconsciente y/o una prueba para mi estómago. ¡Ni idea! Pero estos antojos igual que vienen se van. Duran poco. Creo que nunca me ha dado tiempo a satisfacer ninguno, aunque algunos no se tienen muy a mano. ¿Cómo consigo una lata de paté Tapa Negra, la Piara, y pan del pueblo de mi padre para hacerme un bocadillo cuándo son casi las doce de la noche y me encuentro a más de cien kilómetros de allí?

¡Uy, ya se me ha pasado!

Si allgún día tengo hijos... ¿Serán niños-dálmatas? Espero que no...

4 comentarios:

Irene dijo...

JAJAJAJA.
Este post ya se veía venir desde hace tiempo.
Sólo dos apuntes:
1) ¿En serio te gustaban los guisantes congelados y duros con dos pedacitos de jamón que ponían en la universidad?
2) Es importante decir el contexto del día que te apeteció pan pringado en tocino del cocido: estábamos grabando en el parque Zeta una pieza tan interesante como la de 'El peso de los cuerpos' en la que Blanca y yo intentábamos dejar caer dos piedras al mismo tiempo en medio de la pista de petanca... Vaya escenita para un "antojo gastronómico" ;-)

Laura dijo...

Desde siempre la ansiedad ha estado relacionada con las ganas de comer y tu subconsciente responde al estrés de esa manera. Me lo acabo de inventar pero ha quedado de puta madre ¿verdad?

Patricia Vera dijo...

Me pasé toda la luna de miel deseando comer un huevo cocido con pepinillos. La única hora a la que podía conseguir un huevo cocido era en el desayuno, ¡pero no me apetecía! Era justo cuando desaparecían del buffet cuando deseaba ansiosamente comerme uno de ellos. Lo de los pepinillos en combinación con el huevo es inexplicable, lo sé.

M. San Felipe dijo...

Irene: ¿de verdad te acuerdas de la primera vez del antojo de tocino...? Pensaba que había sido antes, pero me vale como momento, porque es idóneo para tal antojo... Y sí, me gustaban los guisantes congelados y aceitosos... ¡Qué pacha? :-P

Laura: si no llegas a decir que te lo acabas de inventar y rematas tu argumentación me entra una gran paranoia. Aunque puede que no vaya muy desencadenado...

Patricia: recuerdo una noche de fiestas del pueblo en la que a las 6 de la mañana arrastré a mi novio y una amiga a comer huevo cocido con sal a un bar. Y a esas horas, casi cualquier cosa de comer se agradece, ¡pero no podía ser otra cosa! Me lo recordarán siempre... De acuerdo, no es una combinación nada novedosa, comparada con la del huevo con pepinillo