miércoles, 26 de agosto de 2009

Las bicicletas son para el verano


Era una tarde de verano, tal día como hoy, pero ya hace trece años. Habíamos planeado ir al río en bici, a La Villa, como hacía dos años; cuando a Pili se le pinchó la bicicleta nada más subirse a ella para volver a casa y tuvimos que hacer los doce kilómetros de vuelta unas a pie y otras en bici para avisar en casa. Por supuesto nadie sabía a dónde habíamos ido a pasar la tarde y, a casi todas, nos cayó una buena. Al año siguiente nos abstuvimos de ir a bañarnos al Duratón, por posibles represalias, pero ya pasados dos veranos, pensamos que sería un buen momento para volver hacerlo. Además, las tardes de verano ya llegaban a su fin, al día siguiente empezaríamos a encerrarnos en El Taller a preparar el disfraz para el concurso de las fiestas.

Cogimos nuestras mochilas con nuestros bocadillos, indispensables, y el agua. El camino era fácil: de Fuentepiñel a Los Valles, por el camino; de Los Valles a La Villa, por la carretera y con cuidado, por su estrechez y sus curvas; y ya en La Villa: ¡el río!

Mi bicicleta era una de cross, o así la llamaba yo, amarilla y con los puños y el sillín de color azul. Herencia de mi primo y deseada por mí desde hacía años, aunque de cómoda tenía poco. Ahora envidiaba la bici de montaña de mi prima Ana, de barra alta y mucho más moderna, ¡cambios y todo, tenía!

Comenzada nuestra aventura, como era costumbre, Mª Carmen y mi prima Ana se nos adelantaron a las demás, ¡siempre nos sacaban un cacho! No pasaba nada, nos esperarían en Los Valles, antes de coger la carretera. Contentas y confiadas, pues cogíamos la bici a diario, íbamos por el camino deseando que llegara el momento de sumergirnos en el agua y comernos el bocadillo al lado del río, a la fresca de los chopos.

A las más atrasadas del grupo sólo nos faltaba bajar la cuesta para llegar a Los Valles. Las más adelantadas ya casi habían llegado a la entrada del pueblo, pero... Nada más empezar a bajar la cuesta mi rueda delantera pilló una piedra más grande de lo normal (o no), la bici de cross empezó a tambalearse y dio una vuelta de campana, o eso cro yo, antes de acabar en la cuneta y dejarme a mí tendida, en plancha, en medio del camino.

Me levanto, pues en el momento no me dolía nada, y lo primero que me preocupa y en lo que me fijo es el reloj de la comunión (sin comentarios) y en mi camiseta favorita (de propaganda, ¡esas cosas ya no pasan!): reloj rallado y camiseta agujereada. Todavía no me he dado cuenta de que podía haber sido peor. Tras la evaluación de los primero daños veo que mi rodilla izquierda ha salido más perjudicada que la derecha. ¡Uy, si me he tocado el hueso!, me digo. Los codos tampoco se han salvado, es lo que tiene un camino pedregoso, y el pulgar de la mano derecha me cuesta moverlo. La cara me arde un poco, pero no puedo ver lo que me ha pasado.

Claro, que a la vez que yo evaluaba mis daños, las demás también. Así que una rápida organización bastó para ir a buscar ayuda para llevarme al centro médico y entretenerme y lavarme las heridas, con el agua de la merienda, mientras llegaba a rescatarme un coche. Una vez en Urgencias, la evalución del médico es más objetiva y fiable, a la par que borde, parecía que me hubiera dado el hostión adrede. Y el médico no dudó en echar a mi tía de la sala, llegada en el coche-rescate, por miedo a que se acabara desmayando encima de la camilla en donde me estaban curando; aunque esto es totalmente comprensible.

Resultado de la evaluación del médico (no sé si se puede llamar a esto diagnóstico ya que yo, en principio, no padecía ninguna enfermedad): rozaduras leves en la rodilla derecha, en los dos codos y en el pecho; siete puntos en la rodilla izquierda, tres puntos en la barbilla y uno en la frente; dedo pulgar de la mano derecha entablillado.

El resto de días de verano me los pasé engasada y apositada, haciéndome curas en el centro médico cada mañana. Esto me valío para ser la pareja de Araceli, quien se hizo un esguince por caerse de la bici una semana antes que yo, en el concurso de disfraces de las fiestas: yo de Reina Madre y ella de Reina de Inglaterra. Quizá, si no hubiera pasado esto, no hubiera representado a tan distinguido personaje.

Nunca más volvimos a intentar ir a bañarnos al río.

Foto: María San Felipe. Atardecer en la carretera de Los Valles de Fuentiduela a La Villa de Fuentidueña, mayo de 2009 (Segovia)

4 comentarios:

Laura dijo...

Pues sí que fue grande la hostia.

Irene dijo...

Una hostia así, marca (físicia y psíquicamente...).

M. San Felipe dijo...

Mis secuelas tengo... Siete puntos en la rodilla es lo que tiene. De la cabeza... No hablamos, que opinen los demás, que son los que me tratan

Laura dijo...

Yo es que ya te conocí con la hostia dada, no puedo comparar.